miércoles, 4 de noviembre de 2009

10 años de tragedia

Zona de Tolerancia

Por Rodrigo Vidal



A muchos nos queda el recuerdo muy vivo de aquella mañana del 6 de octubre de 1999. La tragedia de la inundación que derivó en otras muchas tragedias que hoy en día no encuentran solución o se repiten.

La cantidad de agua que hace una década sepultó pueblos y arrastró personas viviendas, caminos, puentes, animales, vehículos, instalaciones eléctricas, deslavó cerros, dañó cultivos, afectó selva y bosques, modificó litorales, también dejó al descubierto la insensibilidad, la irresponsabilidad, la corrupción, los manejos a conveniencia de la ayuda, la falta de prevención, la nula planeación en el crecimiento urbano, el lucro durante un desastre, por parte de las autoridades de los tres niveles de gobierno.

A diez años de distancia, al menos en la zona norte no se ha vuelto a vivir un desastre natural provocado por lluvias de la magnitud que se vivió en octubre de 1999, cuando los ríos Pantepec, Tuxpan, Cazones, Tecolutla y Nautla, se desbordaron arrastrando todo a su paso. Sin embargo, con tragedias de menores proporciones, hemos visto que muchas autoridades repiten los esquemas de ineficiencia ante contingencias.

La lección, a 10 años de distancia, parece que no se aprendió. Insensibilidad oficial, politización de la ayuda, niveles no deseados en cuanto a cultura de prevención, obras en zonas de riesgo por inundación o deslave, es decir, falta de planeación en el crecimiento urbano que empeora cuando se trata de construcción de viviendas o fraccionamientos.

Puentes que se caen, obras de protección que después requieren de otras medidas de protección, el lucro durante las tragedias, son situaciones que siguen vigentes en nuestros días y que se viven en cada desastre natural, ya sea provocado por lluvias o sequía, por huracanes o temblores.

En Poza Rica, las colonias que en 1999 fueron devastadas por la inundación, siguen hoy habitadas, y el fraccionamiento Arroyo del Maíz, construido para reubicar a esas familias afectadas por el agua, sufre de invasión de viviendas pues nunca se terminaron de habitar.

El crecimiento comercial de la ciudad se viene dando en una zona con riesgo de inundación, según los mapas que Protección Civil y la Conagua proporcionaron después de 1999. Eso tan sólo en esta ciudad, pero en la serranía totonaca, o en la costa de Tecolutla y Cazones, o en la rivera de los ríos Pantepec, Tuxpan y Nautla, el escenario es similar.

Oficialmente, la tragedia de octubre de 1999 dejó un total de 120 víctimas mortales en el norte de Veracruz, aunque fueron constantes los reportes, que hoy tienen más el nivel de leyenda urbana, de cadáveres humanos que fueron quemados por el Ejército.

De lo aprendido, al menos a 10 años de distancia, hay más medios y personas atentas al comportamiento climatológico, y es más difícil que una autoridad intente ocultar la magnitud de la tragedia, como en su momento quiso hacerlo el gobernador Miguel Alemán, quien se encontraba fuera del estado el día de la inundación y a distancia mandaba a decir que nada había ocurrido en Veracruz. De ahí que se retrasara la declaratoria de zona de desastre en el norte de la entidad por parte de la Secretaría de Gobernación, ya que el “Gobernador de la Tele” o el “Tele-gobernador”, no quería reconocerlo.

Para el 6 de octubre, los estados de Puebla e Hidalgo, también afectados por los tres fenómenos metereológicos que generaron lluvia por tres días consecutivos sin parar, ya habían pedido la declaratoria de desastre.

Estas “omisiones” hoy, son más difíciles de que ocurran. La lección fue aprendida, pero aún queda camino por recorrer en materia de Protección Civil, y eso se hace con trabajo y educación en las zonas de desastre, no por mandato divino.

Hoy, 6 de octubre de 2009, debe ser una fecha que nos recuerde la lección aún no aprendida de hace 10 años, y que cada quien, en la responsabilidad que nos corresponde, asuma su compromiso de actuar. No basta con levantar la mirada al cielo y pedir que deje de llover.

Quien quiera ver, que vea y se dé cuenta que las consecuencias de estos desastres son también un signo de desigualdad social, pues son los pobres, los sectores marginados, quienes enfrentan los efectos más devastadores al habitar siempre, por necesidad, en zonas de riesgo, ya sea por inundación, deslave, sequía y hasta como consecuencia de la industria. Eso no ha cambiado, pese a la lección de hace una década, así que, quien quiera ver, que vea y actúe.

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(5 de octubre de 2009)

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